viernes, 29 de diciembre de 2017

HISTORIA DE SIGILO Y ASOMBRINA, Yuan Fuei Liao

SOMBRA PARA ESCUCHAR EL SILENCIO

Es bello reposar bajo una sombra para escuchar la voz del silencio…
El silencio del parpadeo de un bebé cuando quiere dormir.
El silencio de la mano invisible que pinta el arcoíris sobre el lienzo del cielo.
El silencio del rayo de Sol cuando besa la flor más pequeña del jardín.
El silencio de la hebra de un cabello de anciano al reposar encima de un libro.
El silencio de la copa de un helado cuando se derrite en la barquilla.
El silencio del aleteo de una mariposa enamorada.
El silencio del viaje de una nube aventurera.
El silencio de la semilla que se rompe para brotar una vida.
El silencio de la pluma que se lanza sobre la grama.
El silencio del charco cuando se evapora en el asfalto.
El silencio del poema que aún falta por ser escrito.
El silencio de las pisadas de una hormiga obrera.
El silencio de la gota que se desliza por una ventana cristalina.
El silencio de la sonrisa de la Luna en cuarto creciente.
El silencio de una guitarra guardada en su estuche.
El silencio de la estrella que se esconde detrás de la montaña.
El silencio de la mirada de un misionero que regresa a casa.
El silencio del crecimiento de una adolescente que sueña.
El silencio del corazón sincero cuando hace una obra de bien.
Como el silencio de Sigilo y el silencio de Asombrina…




¿No conoces la historia de Sigilo y Asombrina?

Te la contaré:


Un día muy soleado, cuando Jesús aún era bebé, llegaron varios niños con regalos para él. María y José recibían agradecidos cada presente. Pero el pequeñito Jesús intentaba dormir, sin lograrlo: los niños, por la alegría y la novedad, andaban muy ruidosos.
Un chiquillo, con el pelo alborotado, balaba como una oveja, pues había traído una manta de lana del rebaño de su padre:
—¡Traigo lana para Jesús para que no le dé atchús! ¡Traigo lana para Jesús para que no le dé atchús!
Una niña no paraba de brincar. Llevaba una cuerda para que, cuando Jesús fuera un poco mayor, pudiera saltar la tarea:
—¡Salta que salta, brinca la charca! ¡Salta que salta, brinca la charca!
Otro niño tocaba un estridente pandero que la hija de un maestro le había enseñado a hacer. Lo portaba como su regalo para entregar:
—¡Pandero, pandero, bailar es lo que quiero! ¡Pandero, pandero, bailar es lo que quiero!
La fila continuaba con una chicuela pitando un silbato que imitaba el cacareo de un gallo mañanero:
—¡Quiquiriquí, que ya estoy aquí! ¡Quiquiriquí, que ya estoy aquí!
Y así, una docena de pequeñuelos desfiló frente a Jesús con sus obsequios. Cada uno pretendía lucirse, ostentando y pregonando la creatividad de su regalo.
Pero, mientras tanto, el bebé quería dormir, y los estruendos y el calor no se lo permitían.
Fue cuando mamá María se dio cuenta de que una niña y un niño se habían quedado detrás de la puerta, rezagados, sin nada en sus manos. Ella, con su mirada, los invitó a acercarse. La niña se llamaba Asombrina, y el niño, Sigilo.
Asombrina tenía un gran tamaño. Se presentó ante el pequeño Jesús, sin saber qué regalarle. Pero frente a la cuna tuvo una idea: cubrió con su sombra al bebé. Ese fue su regalo: refrescado por la sombra de Asombrina, Jesús sonrió y cerró los ojos.
Por su parte, Sigilo se quedaba callado porque era muy tímido. Se presentó ante el pequeño Jesús, sin saber qué regalarle. Pero frente a la cuna tuvo una idea: regaló su silencio al bebé. Ante el silencio de Sigilo, Jesús se durmió plácidamente, y María lo acurrucó en sus brazos.
La rapidez con que se durmió el niño Dios hizo que el asombro atrapara a todos los presentes. Poco a poco fue creciendo un silencio, pero no era vacío: estaba lleno de adoración, de paz, de amor y de alegría.
María sonreía. José también. Todo en silencio.
Es bello reposar bajo una sombra para escuchar la voz del silencio…

Texto: Yuan Fuei Liao
Ilustración: Eddaviel

miércoles, 27 de diciembre de 2017

LOS MEJORES PELUQUEROS



Por Nelly García de Pion

Durante los últimos días había llovido sin parar. Nubes grandes y grises bailoteaban en el firmamento dejando caer su carga de agua.
El campo se veía desierto, todos los animales se habían refugiado en sus viviendas y desde la suya, la señorita Garza observaba preocupada el interminable aguacero junto a la pequeña Brisa Fresca, quien no cesaba de suspirar de puro aburrimiento.
La única que se sentía feliz con aquel temporal era la señora Rana Verde. Acababa de llegar toda alborotada de la casa de Cuervo Aurelio entonando sus mejores Croas-Croas.

—¡Qué lindo está todo!
¡Croac-Croac!
¡Qué mojado está!
¡Me gustan las charcas
para chapotear!
¡Croac-Croac!

La alegría de la Rana Verde resultaba tan contagiosa que a Brisa Fresca se le quitó el fastidio y junto con ella bailó y cantó por toda la casa, hasta que la intempestiva entrada de Cuervo Aurelio las dejó frías del susto.
Cuando la señorita Garza se recuperó del espanto, los invitó a tomar asiento y pasó a contar su historia.
—Hace algunos años, cuando Brisa Fresca era solo un bebé y fue confiada a mi tutela, me fueron dadas, junto con la niña, unas tijeras, además de hacerme ciertas confidencias que serían de mucha utilidad en su crianza. Ya ustedes saben que las ciguapas son criaturas un tanto peculiares.
—¡Ah! Claro —interrumpió Cuervo, señalando a Brisa Fresa que se había quedado profundamente dormida.
—Desde luego, se refiere usted a sus pies que siempre van en dirección contraria.
—Ojalá se tratada de eso —continúa la señorita Garza —el problema no son sus pies… ¡es su cabello!
—¡Sus cabellos! —exclamaron Cuervo y Rana a coro.
—Sí, amigos. Su pelo se hace muy, muy largo si llueve por más de tres días y si no es cortado antes del cambio de luna, se tornará verde y luego se pegará a la tierra como pasto. Y ella…
—¿Qué le ocurrirá? —preguntaron conmovidos.
—Ella —dijo la señorita Garza, visiblemente emocionada,  —se convertirá en un árbol, cuyos frutos serán tan dulces o agrios como lo fuera su carácter.
La reacción no se hizo esperar: empezaron a sollozar, a abrazarse, a hipear de la tristeza.
—¡Un momento! —dijo Cuervo, mientras se sacudía aparatosamente el pico.  —Aquí hay algo que no está claro. Usted dijo que le entregaron unas tijeras… Entonces, ¿cuál es el problema?
—Sí, ¿cuál es el problema? —repitió Rana.
—El problema es… ¡qué he perdido las tijeras!
—¡Aaaaay, nooo! —irrumpió Rana, dando una gran voltereta en el aire y llevándose las patas a la cara.
—Ahora, dígame —intervino Cuervo, justo en el momento en que Rana Verse de disponía a caer desmayada: —¿Dónde se le han perdido las tijeras?
—Ha sido en el corral, mientras cortaba las crines del potro Pinto.
Dos días más, después de esta reunión, continuaron las lluvias, pero cuando salió el sol, se restableció todo al contacto de sus luces y calor.
Brisa Fresca se sentía radiante y durante una buena parte de la mañana jugó sin notar nada raro, pero a medida que avanzaba el día, el pelo comenzó a crecer hasta convertirse en un verdadero estorbo.
Mientras tanto, Cuervo Aurelio se dedicaba a espiar a Rata Arrocera, de quien tenía serias sospechas. Por supuesto, lo hacía con disimulo y hasta se disfrazó de gallina para confundir al roedor, pero de nada le valieron sus tretas porque la Rata es muy lista y lo sorprendió.



—Señor Cuervo —dijo Rata muy enojada —¿sabe que haría si tuviera un par de alas como las suyas?
—¿Qué cosa haría? —preguntó el cuervo un tanto turbado al verse descubierto.
—Volar muy alto y desde allí, tratar de localizar las tijeras.
Cuervo Aurelio estaba sorprendido. La sugerencia del roedor no solo tenía sentido; sencillamente le pareció excelente, y muy entusiasmado dio las gracias y remontó vertiginosamente.
La situación de Brisa Fresca era difícil. El pelo no paraba de crecer y la señorita Garza y Rana Verde se turnaban para sostener la larga y espesa cabellera.
A ratos la garza, a ratos la rana, y luego también las abejas, los colibríes, cotorras y libélulas… pero después de tanto zumbar, revolotear y saltar, sintieron mucho calor y se metieron al río.
Brisa Fresca disfrutó del baño aliviada del peso de sus cabellos que flotaban en el agua, y tan distraída estaba compartiendo con sus amigos que ni se percató de la confusión que se originó cuando unos pequeños quedaron enredados en su pelo.



—¡Auxilio! —gritaba mamá Camarón y mamá Cangrejo —¡Nuestros pequeños han sido atrapados por un monstruo oscuro y peludo!
Y mientras más se desesperaban, más pinzadas daban y ya no paraban de cortar la melena hasta liberar a sus crías. Claro que ellas no fueron las únicas liberadas, ya que ambas madres, sin proponérselo, hicieron un magnífico corte a Brisa Fresca.
Ahora todos estaban contentos… ¡Bueno! En principio, no todos, porque Cuervo Aurelio se enteró de lo ocurrido y se sintió algo deprimido. Él, después de sobrevolar muchas veces el campo, había encontrado las tijeras, pero ya no eran necesarias. Los crustáceos se habían adelantado. Finalmente, Cuervo también comprendió que para Brisa Fresca había sido lo mejor. En lo adelante, no tendría que depender de ningunas tijeras, pues ahora ella sabía que cangrejos y camarones serían los mejores peluqueros.
FIN

jueves, 21 de diciembre de 2017

De los tres niños que salvaron la Navidad, Néstor Medrano



“El viejo Antolín les contó que el niño Picú lo hacía feliz. Que tenía la promesa de llegar a la mina donde se guarda la esencia de la Navidad.
Les dijo que estaba escrito que era él quien debía penetrar y liberarlos del maligno de Tuzán. Pero Tuzán los sorprendió. Y con artes de magia de la mala hizo que el niño Picú desapareciera de la faz de la Tierra y sus confines. El niño Picú estaba destinado a salvar todas esas tradiciones hermosas y festivas de las criaturas divinas del Señor. Y una mañana ¡Zas! Tuzán lo alejó.
―¿Y cómo lo hizo desaparecer Tuzán?―preguntó Crisóstomo, buscando entender mejor la historia. Juanchi, se lo explicó…
―Tuzán es un ser malísimo que desapareció con magia de la mala al niño Picú…que iba a salvar las historias y las tradiciones del pueblo, tomando la esencia en una cueva donde había una mina… y así sucesivamente…
Crisóstomo miró más confundido que nunca al viejo Antolín, el viejo Antolín les mostró su dentadura blanquísima, se encogió de hombros y les dijo:
―Algo así…más o menos…pero ya, deben marcharse, pronto será de noche y sus padres estarán muy preocupados. Además no quiero que los vean en esta casa, el monstruo podría morderlos…
―¿Hay un monstruo?―preguntó Crisóstomo…recibiendo un codazo de Juanchi, que finalmente le aclaró:
―Solo bromea…”. (Fragmento).

lunes, 18 de diciembre de 2017

El ciempiés fuma arco iris en pipa y otras verdades. Mateo Morrison



Mateo Morrison
mateo@mateomorrison.com

Al leer el libro El Ciempiés Fuma Arco Iris en Pipa y otras Verdades de Lady Diana Castillo Villalón, experimento una importante sensación de que no estoy frente a un libro más de literatura para niños, sino frente a un conjunto de relatos escritos con los mejores elementos del idioma, donde cada palabra está plenamente seleccionada para que responda al proceso comunicativo cuyo resultado sea una obra artística.

Y digo esto porque una buena parte de los libros que se escriben sobre este importante y delicado género, priorizan el contenido, el argumento, la historia que cuentan y se olvidan del uso del lenguaje, y a veces resulta tan pobre que no merece el calificativo de obra literaria.

Asumir el hecho literario desde una narrativa hecha para niños y niñas, no debe significar rebajar la dignidad literaria, sino al contrario, elevarla con un nivel de especialidad aún más difícil que si se dirigiera sólo para adultos.

Este tipo de literatura que nos trae El Ciempiés Fuma Arco Iris en Pipa y otras Verdades, corresponde a una categoría que puede ser disfrutada por cualquiera, pues su soporte no es sólo el aspecto argumental, sino la estructura formal con que éste llega a través de un lenguaje depurado donde cada palabra ocupa un lugar preciso dentro de la estructura artística que le sirve de soporte.

Y es que una obra literaria no es sólo contenido, la forma en que se escribe será determinante para saber los niveles de calidad que les son atribuidos a todo texto con fines de permanencia en el tiempo.

Pero no sólo se trata de contenido y forma en esta obra, aparte de la lección ética que le deja a las lectores, está un fino sentido del humor y un definido horizonte de ironía orientado a combatir las bajezas humanas y exaltar los valores de la solidaridad, la hermandad y todos los aspectos que se constituyen en lecciones positivas para los lectores.

No falta lo lírico, como cuando dice en este texto que reproducimos del relato La niña y el Unicornio, lo siguiente: 

“El hombre apartó la vista de una hoja seca que estaba examinando.
¿Qué saben ustedes sobre eso? No han visto uno de esos tiempos que tienen alas multicolores y toman la miel de las flores.
Eso es una mariposa dijo la niña.
No importa su nombre. Es el tiempo, evasivo y hermoso, estoy seguro de que si atrapo uno podré tomar el sol mas rato y la luna conversará menos con las estrellas. Ahora déjenme en paz”.


Lady Diana Castillo Villalón o los primores del cuento infantil



Por: LEÓN DAVID

La visión profética de George Orwell: 1984 es ahora
Hacer de menos la llamada literatura infantil, reputarla género ancilar porque por modo ostensible se propone no ya satisfacer el acendrado gusto del lector avisado, sino cautivar el alma en agraz del niño dirigiéndose a un público inexperto y, por ese hecho, supuestamente fácil de contentar, semejante opinión, insisto, sobre ir en menoscabo del libro destinado a los chiquilines, presta –harto me lo temo- flaco servicio al oficio demandante del escritor tanto como a los arduos encantos del arte narrativo.

Importa error de a folio suponer que la creación concebida para el solaz de los chicuelos es, en punto a rigor, habilidad, industria e inventiva, menos reclamante y, por ende, menos sustantiva y valiosa que la que se realiza para colmar las acaso retorcidas inconformidades de la persona adulta… A riesgo de infringir los oportunos modales de la discreción y la modestia postulando juicios con privanza de eternidad, no me abstendré de sostener en contra del parecer mayoritario del vulgo y acaso de los entendidos, que hacer genuina y perdurable literatura infantil no será, no es ni ha sido nunca cosa de coser y cantar. En efecto, si de apariencias delusivas no me pago, no tiene trazas de viable la creencia de que la ficción escrita para los niños, a causa de la inmadurez de quienes la leerán, requiere en lo atinente al logro del objetivo de entretenimiento y formación que de ella se espera, menos esfuerzo, talento y originalidad que los que solemos encarecer en las obras literarias de solera a las que son adictos ciertos individuos que han dejado atrás, en verdad muy atrás, la edad pueril.

Los asertos que acaban de escapar a los puntos de mi pluma no carecen, hasta donde he podido percibir, de fundamento a poco tengamos en la mira la finalidad suprema del arte de la palabra: seducir al lector mediante la belleza del lenguaje, sumergirlo en un universo extraordinario, sorprendente, donde en virtud de los poderes de la fantasía se auspicie el encuentro del fruidor de la obra con las ultimidades existenciales de su propio ser.

Va de suyo que en el caso del relato infantil pareja inmersión en los hontanares de la subjetividad, en las abisales simas del yo, impone de partida peculiares procedimientos constructivos y específicas estrategias retóricas. Salta a la vista que el mundo del niño no se asemeja al del adulto. Es, por tanto, imperioso que quien escriba para la chiquillada, por más que haya sobrepasado largamente la fase del trompo y las muñecas, lejos de haber dado la espalda a esa vis traviesa volcada hacia el asombro que es la marca inconcusa de la niñez, conserve –tesoro inmarcesible- el espíritu lúdico, optimista, desenfadado propio de los albores de la existencia… Y aquí es donde, bien lo hace explícito el popular adagio, “la puerca tuerce el rabo”; pues no todo escritor de probado profesionalismo o incluso de trayectoria sobresaliente, es capaz de producir páginas que los chicos leerán con gozosa fascinación. El don literario que hace las delicias del lector instruido y fructifica en narraciones y poemas de saliente calidad, no asegura en modo alguno el éxito de un autor cuando éste de repente da en la ocurrencia de escribir historias infantiles; que así como el creador de afortunadas novelas no es raro fracase con estrépito cuando incurre en la manía de estampar líricas efusiones sentimentales en lenguaje versificado, o el poeta de estro espléndido y acento musical a menudo se descalabra cuando endereza por los caminos de la prosa de ideas, así mismo el escritor de alto coturno y bien ganados títulos de excelencia en la esfera de la literatura para adultos, puede perfectamente zozobrar si, impedido por cualquier razón de conectarse con el niño que lleva dentro de sí, intenta hablar a la agente menuda en idioma que ya ha olvidado y desconoce.

No es este el caso –en ello va nuestro crédito- del libro de cuentos infantiles que exhibe el título de El Ciempiés Fuma Arco Iris en Pipa y otras Verdades, de la autoría de la joven narradora cubana Lady Diana Castillo Villalón. En las palabras introductorias que escribiera el poeta Mateo Morrison para dicho texto, topamos con el siguiente aserto que da remate a su atinada ponderación de los méritos de la cuentista: “esta selección de relatos (…) enriquece cualquier literatura de su género porque está escrita con los ingredientes esenciales de una obra de arte plena de sentido y con una estructura admirable.”… El juicio del prologuista es, para quien cure de la imparcialidad, ciertamente atendible. Veamos de mostrarlo: En mi falible opinión, el cuento para niños debe poseer, entre otras caudalosas prendas, las fundamentales cualidades a las que, a humo de pajas, aludiré a continuación: para empezar, desbordada fantasía de tónica jovial y coruscante; luego humor, gracejo, chispa, donaire; no puede faltar tampoco –tercer ingrediente- la poesía, la belleza de un estilo fluido, llano, fresco y sugerente; y, por descontado –postremo e imprescindible requerimiento-, es de rigor que las historias contribuyan a exaltar los valores de la alegría, la vida y el bien…

A estas cuatro estipulaciones –nos ceñiremos tan solo a ellas en obsequio a la brevedad-, a estas cuatro exigencias condice plenamente el libro de Lady Diana. La fantasía borbota, burbujea en cada una de sus páginas generando la magia fulgurante de lo maravilloso, como ocurre en el episodio de la bruja que convertida en estatua fue reventada en “miles de pedacitos que se regaron por el parque”; o bien como la vasija prodigiosa que el artesano modelara, la cual producía música; o acaso como el comienzo del relato titulado La niña y el unicornio, el cual reza: “Había una vez, en un océano, una isla. Era un lugar lleno de unicornios rojos, que volaban hacia los sueños de los niños. El océano estaba dentro de un libro y el libro lo tenía una niña”.

Por lo que toca al elemento festivo y retozón, a cada instante nos sale al paso, verbigracia el detalle de las tres palomas juezas del concurso de cocina, que al probar el repugnante menjurje de la bruja Oxer mudaron de color y cayeron desmayadas; o como el sujeto que a todo lo que se le preguntaba respondía, sin que viniera a cuento, con un refrán.

De impoluto lirismo, sobrados ejemplos podríamos escoger. Circunscribámonos a uno distraído de la fábula Las pecas de María: “María se fue muy contenta para su casa, pues al fin se libraría de esas odiosas manchitas. Iba tan alegre que entonó una canción. ¡Hacía tanto tiempo que no cantaba! Y mientras cantaba no se daba cuenta que detrás de ella se abrían los capullos de las flores, y con cada nota de su canción nacían ruiseñores y brotaban riachuelos a sus espaldas. Los habitantes de Gluglú sacaban las cabezas por las ventanas de las casas para ver aquel milagro. ¡Eran las pecas y la alegría de María las que hacían la magia!”… ¿Puede acaso darse mayor sencillez en la expresión de un suceso imaginario, no por exento de pretensiones retóricas menos estéticamente eficaz?

Por último, sería incurrir en delito de lesa equidad exegética no poner de resalto que la autora de la obra que a punto largo estamos escoliando, de manera natural, nunca forzada, alecciona, educa, orienta, plasmando en el entramado mismo de las historias que relata una serie de sustanciales valores éticos y de convivencia social; así el alcalde de Pueblo Chico, que era “aprendiz de todo y oficial de nada” y que “ Disfrutaba engañando”, recibe el peor de los castigos, éste: las mentiras con las que buscaba burlarse y perjudicar a gente cándida se tornaron verdades que hicieron la felicidad y la fortuna de los que él creía víctimas de su trapacería; o también el caso del artesano astuto que deseaba ofrecer al rey su vasija maravillosa y a quien los dos consejeros corruptos de la corte exigían a cambio de concederle audiencia con el soberano, la mitad de lo que el monarca le obsequiara a guisa de recompensa; ni corto ni perezoso, el avispado artesano, cuando el rey le preguntó si quería oro, plata y diamantes por su inigualable vasija, lo que pidió fue que le premiaran con doscientos azotes, y entonces, escuchemos: “El Rey se quedó asombrado y los consejeros abrieron los ojos como platos.

-No entiendo –dijo asombrado el Rey- puedes pedir riquezas y quieres que te den azotes, ¿estás seguro?

-Sí, su majestad- respondió el artesano.

Cuando los guardias del palacio iban a atarlo el artesano los detuvo.

-¡Un momento! –dijo. Soy un hombre que siempre cumplo mi palabra y le prometí a cada consejero la mitad de mi recompensa, pues bien, le corresponde a cada consejero cien azotes.

-¿Qué dices, campesino loco? –chilló el Primer Consejero.

–¿Cómo que cien azotes, no te das cuenta de que era una broma?- protestó el Segundo Consejero.

Pero el Rey era muy justo, por eso hizo que le administraran cien azotes a cada consejero para que no se aprovecharan más de sus súbditos.”

La villanía se paga: se impone la justicia. El mensaje que la divertida invención contiene anidará en el corazón del niño favoreciendo desde muy temprano el fortalecimiento de los más prístinos valores éticos, esos que ninguna sociedad que presuma de civilizada puede impunemente preterir.

El Ciempiés Fuma Arco Iris y otras Verdades es libro que fascinará al revoltoso público de los pequeñines; pero eso no es todo, los lectores que cargan varios lustros sobre sus hombros, con tal no hayan dejado apagar en el pecho la hoguera cálida de la infancia, cuando se aproximen a sus felices páginas no saldrán –lo afirmo, lo aseguro- defraudados.


FUENTE:Artículo León David

martes, 5 de diciembre de 2017

Cuentos para Angélica de José M. Fernández Pequeño


EL AUTOR HABLA DE LA OBRA


Un padre quiere hablar con su hija como si fueran dos amigos y, con ese fin, se hace pasar por Pedro, un amigo que escribe cuentos para la niña y se los envía desde diferentes lugares del mundo. Así, a través de la ficción, padre e hija construyen un vínculo hecho de ternura y entrega. Cuentos para Angélica es una aventura en busca de la sinceridad, la prueba de que la imaginación puede ser un país espléndido, indispensable para todos.


LA OBRA

Cuentos para Angélica fue considerada finalista en la edición 2003 del "Concurso Internacional de Literatura Infantil LIBRESA-Julio C. Coba". Un papá que busca comunicarse mejor con su hija, "usurpa" el papel de Pedro, un "cuentacuentos" amigo, para en su nombre escribir historias a su hijita sin que ella pueda descubrirlo. Así le narra las aventuras de otro Pedro, un niño como ella, y al final ocurre lo imprevisto. Los cuentos de este libro hablan de la imaginación, la ternura, el aprendizaje de la vida, el primer amor y tantas otras cosas en las que, estamos seguros, te podrás reconocer. Por eso te invitamos a leer a continuación, a llegar hasta un final que será, como tú misma vida, un principio.

Cuerpo en una burbuja: una innovación de la poesía dominicana

Ryan Santos Agradable ha sido para mí sumergirme en otra obra del prolífico escritor dominicano Julio Adames, a quien tuve la oportunidad de...