sábado, 21 de octubre de 2017

EL BARCO DE VAPOR EN DOMINICANA








¿Veremos los tucutús, abuelo?




¿Veremos los tucutús, abuelo?

Luis Beiro

Néstor Medrano se hizo escritor a partir del periodismo. Es uno de esos casos donde la vocación no se pierde a causa de la inmediatez. Por su trabajo, Medrano debe todos los días cubrir eventos, redactar informaciones y someterse al lenguaje convencional que impone la tradición del país para el periodismo escrito.

Sin embargo, la semilla de escritor salía a relucir en algún momento del día (o de la noche) y Medrano era el personaje de sus propias historias. Así fue armando novelas, relatos, poemarios y literatura infantil, porque su intuición creativa no pretendía un límite genérico. Él ha escrito varios libros, la mayoría inéditos, en espera de que en el país se instaure un negocio editorial que reconozca el oficio que ha elegido. Mientras llega ese momento, publica sus historias aquí o allá. La más reciente, titulada: “¿Veremos los tucutús, abuelo?” lleva el sello de la editorial SM, a través de su colección, “El barco de vapor”. Es un relato para niños, ilustrado por Montserrat Ubach, donde se evidencia la destreza escritural de Medrano; quien además, no abandona su vocación lectiva, ni tampoco su formación como periodista.



domingo, 15 de octubre de 2017

¿Quién es Marino Berigüete en la Literatura Infantil Dominicana?


Nacido en Barahona, República Dominicana en 1962. Abogado, político y escritor. Entre sus publicaciones destacan obras de diversos géneros literarios: Mujeres y Odas a Barahona (poesía); Despertar de las palabras (ensayo); Maralba (novela); 13 cuentos supersticiosos del sur y Gotas de agua (cuento).

Ha colaborado como articulista en el periódico Última hora, de su país. En la actualidad combina sus actividades políticas con su labor como parte del Consejo Editorial de la Universidad Central del Este, en Santo Domingo.

A los dieciséis años inició su carrera literaria, con el cuento Segura y el Diablo. Poco después ingresó en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, mas tarde ingresa a la Universidad Pedro Henríquez Ureña y realiza un Post grado en Ciencias Políticas y otro en Derecho Internacional, ha sido diplomado en varias universidades y fue profesor de Derecho Internacional y Civil en la Universidad Católica de Santo Domingo y Pedro Henríquez Ureña.

Su primera obra publicada  fue Mujeres  en (1986), con veinticuatros años, no obstante cuatro años después fue el libro Treces Cuentos Supersticiosos del Sur el que lo llevó a ganar un prestigio entre los escritores literario dominicanos.

Su madurez literaria llegó con El Retrato de la Madre y Otros Cuentos y Secretos y Soledad, verdadera exhibición de su prosa integra abundantes elementos experimentales, tales como la mezcla de diálogo y descripción y la combinación de acciones y tiempos diversos, recursos que empleó también en parte en el Plan Trujillo (Novela) un retrato de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.

Marino Berigüete, desarrolló un Periodismo Literario en varios periódicos, sus primero artículos, vieron la luz, en los desaparecidos periódicos: Última Hora, La Nación, El Siglo donde se refleja en sus escrito un la preocupación social por su país.

Impulsor en esa Nación la creación de lo que es el Ministerio de Cultura, y fue Secretario de Cultura del Partido Reformista, que presidía para ese entonces el presidente de la República Dominicana Dr. Joaquín Balaguer.

Otras obras suyas son Melissa y el árbol, (cuentos) Odas a Barahona (poemas) Mujeres (poemas).

DOS GOTAS DE AGUA, por Marino Berigüete,

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Por Marino Berigüete

Érase una vez un pueblecito donde vivían dos gotas de agua llamadas Melina y Massiel. Desde tempranas horas de la mañana, iban por los montes de hoja en hoja, de flor en flor; corrían por los troncos y saltaban de piedra en piedra.
Llegaron al río y empolvadas de tierra se lanzaron a rodar. La corriente de agua las arrastraba. El agua les devolvió su color. Volvieron a ser claras y transparentes como dos lágrimas. Llegaron alegres al mar. Las olas las mecían en sus lomos de un lado a otro y ellas, muy contentas, reían y bailaban en un solo pie. El aire las empujaba de un lado a otro y ellas, muy contentas, reían y bailaban en un solo pie. El aire las empujaba de un lado a otro y las vestía de sal. A la vez, sentían un frío intenso.
El Sol, al verlas temblando, las abrazó con sus rayos dorados. Se calentaron tanto que volaron al cielo. Al verse tan altas, acostadas en una tranquila nube, Melina le dijo riendo al Creador del mundo:
—Papá Dios, mi amiga y yo queremos vivir aquí en el cielo, a tu lado.
Y allá en el cielo azul, Papá Dios se pasó sus manos por las barbas de nube, las miró con ojos de estrellas, las miró con ojos de estrellas, pensativo ante el pedido de las dos gotas de agua. Y les dijo con su voz de trueno y rayo.
—No puedo complacerlas.
—¿Por qué? —Preguntó Massiel —Nos vamos a poder muy bien aquí.
Dios se quedó en silencio, pensando acerca de las palabras de Melina y su amiga…
—Por favor, Diosito —dice Melina juntando sus dos manitas.
—No puedo —dijo Dios preocupado por el pedido de las dos gotas de agua—. El mundo sin ustedes —continuó Dios hablando pausadamente y acariciándose las barbas— no tendría color, los árboles morirían de sed, los ríos se convertirían en caminos de piedras, las flores se secarían en caminos de piedras, las flores se secarían de tristeza, los animales morirían y el mundo desaparecería por completo.
—No sabía que dos simples gotas de agua como nosotras fueran tan importantes —dijo Melina.
—Cada una de ustedes es importante —les contestó Dios. —Ustedes juntas forman los ríos, el mar, las nubes, y hasta la propia vida de los seres humanos que viven en la tierra.
—Dios —dice Massiel, —perdónanos por pensar sólo en nosotras.
—Todo el mundo —les dijo Dios, —piensa que su mundo es el más importante, pero el mundo es de todos. Cada cosa que existe en el mundo está cumpliendo una función y si el hombre aprendiera de la sabiduría de la naturaleza, ese mundo sería más bello.
Las dos gotas de agua se miraron y se agarraron con sus húmedas manos dispuestas a bajar de nuevo a la Tierra. Dios comprendió que ya ellas habían entendido la lección y comenzó a soplar lentamente sobre las nubes. Entonces, las nubes abrieron sus puertas y varias gotas de agua bajaron a la tierra de nuevo. Melina, contenta, mientras caían, cantaba una canción.

La canción de Melina decía así:

Volvemos contentas del Cielo,
a besar la tierra y mojar los campos,
a acariciar las hojas de los árboles.
Volvemos del cielo, brillantes,
a encender los colores en las flores
y a escuchar el dulce canto de los pájaros.
Volvemos del cielo bendecidas,
a limpiar el mundo, a alimentar los ríos
y a llenar de agua los mares.
Volvemos del cielo cristalinas,
a alegrar el mundo.
Volvemos del cielo,
a murmurarle a la gente
cuánto Jesús los ama…

Dios escuchó la canción  de Melina entonada y se puso jubiloso.
Entonces las alcanzó y les dijo a las dos con voz de trueno y rayo:
—Gotas de agua, lágrima de mis ojos, que salen de mi alma, demuestren a todos en el mundo mi gran amor por ellos.

©Marino Beriguete de su libro MELISSA Y EL ÁRBOL

lunes, 2 de octubre de 2017

Literatura para duendes. Dentro del bosque

La escritora Rosa Francia Esquea rodeada de niños lectores

Ylonka Nacidit Perdomo

A Eric V. Ramos… por recordarme las “cosas”
que tengo pendientes de realizar al iniciar el año.


No soy escritora de literatura infantil, o bien, en el mejor de los casos, diría de literatura escrita para infantes. Lo único que puedo decir es, que como toda niña de mi generación, educada en un hogar tradicional, mis primeros viajes imaginarios a la literatura fueron de la mano y en los brazos de mi madre. Ella fue quien me alfabetizó en la casa y, luego, aún cuidándome por mi delgadez y mi poco deseo de comer me llevó a temprana edad a un colegio de monjas altagracianas, en cual cursé la primaria, la intermedia y la secundaria.
De mi infancia recuerdo como lecturas iniciales las aventuras de Pinocho, y los versos que mi mamá me enseñaba para recitarlos en las veladas que se organizaban en el colegio. La poesía de Gabriela Mistral me sorprendió por su musicalidad, recuerdo de su libro “Ternura” el poema Meciendo (El mar sus millares de olas/mece, divino. / Oyendo a los mares amantes, / mezo a mi niño. / El viento errabundo en la noche/ mece los trigos. /Oyendo a los vientos amantes, / mezo a mi niño. / Dios Padre sus miles de mundos/ mece sin ruido. /Sintiendo su mano en la sombra/ mezo a mi niño”.
La Edad de Oro de José Martí, me cautivó mucho, y más aún sus ilustraciones realizadas a plumilla. Heredé de mi abuela paterna, una primera edición de 1889, bajo el título La Edad de Oro. Publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América redactada por José Martí y editada por A Da Costa Gómez en Nueva York. Éste es, y será, mi principal libro de cabecera para recordar lo que llamo mis “tiempos felices”.
He pensado que cuando en nuestro país, y en el circuito de especialistas, académicos, escritores y lectores se habla de literatura infantil, lo que se pretende es llamar la atención sobre este tipo de creación en un solo sentido: denominar así a la literatura escrita para niños desde la óptica y desde la percepción de los adultos. No sé si es correcto o válido utilizar esa “etiqueta” puesta a esa creación como un guiño, ya que entiendo que toda literatura se asume como ficción cuando se construye para y hacia los otros.
Considero que, toda literatura –sea para adolescentes o niños- es un nuevo alfabeto de palabras con sus territorios semánticos propios y un status referencial de autoría. Así, la literatura infantil se afirma como si fuese un paisaje de recuerdos y, se justifica por sí misma, subvirtiendo con desarraigo lo institucionalizado como mito, o bien, provocando el deshojamiento de las ideas.
Pero fuera del “sentimiento” de escribir, de la pertenencia y apropiación de la palabra ¿cómo se puede abarcar con magia el pensamiento de la infancia, contarle a los niños, narrarle una historia, en torno a las ideas del bien y del mal, de lo que se considera como justo, si la naturaleza de su infancia los hace vulnerable?
“Conjugar” una narración para abrir el universo de la infancia a la cotidianidad del mundo, requiere de una interlocutora-escritora explícita, que se comprometa con cierta clarividencia a dejar a un lado los arquetipos borrosos que estén totalmente distantes de la historia que se cuenta, que los personajes puedan instaurar un diálogo abierto, recreativo, si se quiere, para que los infantes accedan a las ideas de lo que se dice.



Para ser escritora de literatura infantil, para esas pequeñas personitas que viven su edad dorada es, necesario ser un duende, y no emprender como único rol ser un ángel protector o un héroe magnánimo; solo se requiere ser un duende dentro del bosque, no un simple peregrino fabulador, audaz y complaciente, porque la inocencia rebelde existe en los infantes con sus interrogantes, con sus oídos atentos y sus recurrentes entrecejos que ponen en duda las palabras que no aceptan para analizarlas como “buenas”.
En la inocencia todos tenemos incertidumbres y conflictos vagos; nos enredamos en imágenes y guardamos un arsenal de miedos; otras veces, nos resistimos a reconocer nuestro reino y a cualquier autoridad oscura o de mansedumbre, pero siempre en la infancia escuchamos una voz que sobrevive a todas las horas, que nos va construyendo la memoria. Nuestra infancia comienza con cómplices. Somos “bebés” y escuchamos a alguien que va escribiendo nuestra biografía ficticia o semificticia, aunque pequeña.
Este largo viaje de palabras que he pensado en alto es, como un adictivo, como una elegía liberadora que me había contado a mí misma; es la mirada totalizadora que he recordado cuando empecé a despertar del sueño de la inocencia; nunca antes había hecho esta catarsis de comprensión sobre el mundo en el cual discurrió la frugal edad de oro en la cual no sentíamos fatigarnos en la aventura del saber, porque siempre una es benevolente con el aprendizaje que nos ofrece nuestra madre, y nos ajustamos a las “decorosas” convenciones.
Si hoy he podido escribir estas líneas guiada por un angélico duende, es porque tuve de frente, ante mí, la edición del cuento “Las Mariposa” [1] de Rosa Francia Esquea, una escritora que me honra con su amistad.
Rosa Francia Esquea
La primera lectura de este libro la realicé en noviembre del 2006; desde entonces no he cambiado mi opinión de que este cuento unitario de Esquea, “Las Mariposas”, se nos presenta como un relato de concertación, con raíces que provienen de un árbol esbelto, cuyas hojas nacen para crecer con el vaivén que trae el viento en invierno, para que luego, en primavera, sus flores surjan de múltiples colores.
Cuando la palabra de una autora como Rosa Francia germina desde el viento, el viento se convierte en un militante abierto e infinito para aferrarse al espejo de los tiempos, y echar al suelo aquella expresión de que “las palabras se las lleva el viento”.
Su escritura es como la de una hormiga que va página por página dándonos epígrafes, pistas próximas, para aproximarnos al borde del drama. Su lectura es de un aliento dócil, donde los sentidos admiran el mensaje de los pliegos de papel pintados por mariposas.
Este libro de Rosa Francia es la primera piel que la mirada inocente debe descubrir para entrenarse en el mundo de los adultos, porque en la infancia, a veces, las cosas son previsibles, pero en la adultez, las cosas se convierten en una tormenta de intensidades abismales, que nos hacen mostrar una “nueva piel” esculpida por el dolor, el silencio, la soledad, la muerte y las injusticias.
Perderse en la primera piel sucede a edad temprana y, luego, en la vida que es equivalente a la existencia, cuando ponemos deslindes entre la tristeza y la felicidad, y nos reconocemos al través de los símbolos que reinan en la tensión de la sobrevivencia.
Esto me sucede ahora, porque en el remolino que es esta sociedad, donde una inmensa mayoría son miopes o sufren de una progresiva miopía, “Las Mariposas” sobreviven renovando su piel con un vuelo en el tiempo eterno.
Y, ahora que ellas habitan el espacio metafórico de la literatura infantil a través de este singular cuento de Rosa Francia Esquea, creo, pienso y siento, que debemos aferrarnos a la dialéctica como resistencia y no dejar que la infancia dominicana tenga miopía.
“Las Mariposas” son ahora, en el presente, mi “edad de oro”, y los invito a ustedes a hacerlas suyas al igual que el libro de José Martí, como una publicación “de recreo e instrucción dedicada a los niños de América”.
Considero que éste es, el final y el propósito que debe asumir la literatura infantil cuando estamos en nuestra primera piel: la instrucción y el recreo.

Nota:

[1] Las Mariposas es el título del cuento de Rosa Francia Esquea que narra la desaparición física, y el horror de la tortura que sufrieron las Hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, siendo víctimas de la tiranía trujillista. La autora actualmente es la Editora del suplemento infantil “Tinmarín” del periódico HOY.
Esquea, Rosa Francia. Las Mariposas. (Editora Universitaria. UASD, 2006): 53 páginas. Introducción de la autora, y prólogo de Margarita Luciano López. Ilustraciones a color de Amaya Salazar.

http://acento.com.do/2015/opinion/8209982-literatura-para-duendes/

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