Nadie sabe todavía cómo llegó al barrio esta señora de extraña
y graciosa figura. El caso es que ella hizo su casa con pencas de
palmas de coco.
Tan rara esta
señora, que nadie sabía su nombre; pues ella aún no había hecho
amistad con ningún vecino del barrio.
Un día se acercó
a la casa de la señora un niño llamado Juan Calalú.
-¿Quien vivirá en
esta casa?- dijo Juan Calalú.
En seguida recordó
que su mamá le había enviado a pedir candela a un vecino. Tocó a
la puerta de la casa de pencas de coco, y esperó.
Al momento se abrió
la puerta y apareció una señora muy rara, que tenía las piernas y
el cuerpo de barro.
La señora se
sonrió y le preguntó a Juan:
-¿Qué deseas,
niño?
-Deseo un poco de
candela para mamá. Con ella mamá encenderá lumbre en casa.
-Yo te daré
candela con mucho gusto. Te daré candela si me traes agua en este
calabazo. Y te daré candela si sabes decir mi nombre al regresar del
río- le dijo la señora a Juan Calalú.
Juan se fue al río
y llenó el calabazo de agua. Luego se sentó sobre una piedra junto
al río y comenzó a llorar…
¿Cómo se llamará
esa señora? -decía mientras lloraba.
En este momento
salió un juey (cangrejo) muy alegre de su cueva y dijo a Juan
Calalú:
-¿Por qué lloras,
Juan Calalú?
-Porque no sé el
nombre de la señora de las piernas de barro.
Y Juan Calalú
siguió llorando mucho.
Al ver al niño
llorando, el juey dijo:
-Juan Calalú, voy
a ayudarte.
-Y ¿cómo me vas a
ayudar, amigo juey? ¿Acaso sabes el nombre de la señora? -preguntó
el niño.
-Mira acá. Juan
Calalú. Cuando llegues a casa de la señora le dices: «Aquí está
el agua Catilanguá Lantemué»- le dijo el juey a Juan.
Juan Calalú tomó
el calabazo diciendo:
-Gracias, amigo
juey.
Muy contento llegó
Juan Calalú a casa de la señora de las piernas de barro y le dijo:
-Tenga, Catilanguá
Lantemué, el agua.
-¿Quién, pero
quién te dijo mi nombre? -preguntó Catilanguá Lantemué,
disgustada.
Y como corre el
agua de un río crecido, así corría Catilanguá Lantemué en busca
de quien dijo su nombre.
-¿Quién sería?
-hablaba Catilanguá entre dientes mientras corría.
¡Qué mucho le
dolían las piernas de barro de tanto correr! Pero entonces vio algo
que se movía a lo lejos. Se acercó, y vio que era un buey manso y
viejo que pastaba tranquilamente en el prado.
Al llegar junto al
buey, Catilanguá dijo:
-Buey,
buey, buey,
Buey,
esperanza de mué,
¿has
dicho que yo me llamo
Catilanguá
Lantemué?
Y el
buey respondió:
-No,
no, no,
no,
esperanza de mué,
no he
dicho que tú te llames
Catilanguá
Lantemué.
Con sus piernas aún
más pesadas ahora, Catilanguá Lantemué seguía corriendo.
Entonces llegó a
una vaca que descansaba acostada en el pasto y le dijo:
-Va…
a … ca,
vaca,
esperanza de mué,
¿has
dicho que yo me llamo
Catilanguá
Lantemué?
Asombrada,
le respondió la vaca:
-No,
no, no.
no,
esperanza de mué,
no he
dicho que tú te llames
Catilanguá
Lantemué.
Catilanguá
Lantemué corría y corría. Pronto encontró a un burro que se
espantaba las moscas con el rabo y el dijo:
-Bu…
u… rro,
burro,
esperanza de mué,
¿has
dicho que yo me llamo
Catilanguá
Lantemué?
Y el
burro le respondió con voz ronca:
-No,
no, no.
no,
esperanza de mué,
no he
dicho que tú te llames
Catilanguá
Lantemué.
¡Pobre
Catilanguá Lantemué! Parecía que sus piernas iban a quebrarse.
Pero entonces alcanzó a ver al juey y le dijo:
-Juey,
juey, juey,
juey,
esperanza de mué,
¿has
dicho que yo me llamo
Catilanguá
Lantemué?
-Sí,
sí, sí,
sí,
esperanza de mué.
Yo
dije que te llamabas
Catilanguá
Lantemué -dijo el juey,
clavando
sus picaros ojos al viento.
No bien terminó de
hablar así el juey, Catilanguá corrió tras él. Velozmente, el
juey parecía rastrillar la misma tierra con sus ocho patitas ligeras
y ágiles.
Parecía que
Catilanguá iba a dar alcance al cangrejo. Pero entonces éste se
escurrió por entre las aguas del río. Chas… chas…, sonaban las
aguas a su paso.
Catilanguá
Lantemué seguía tras el juey. Y, olvidando que sus piernas eran de
barro, corrió dentro del río. Bruu… bru… bru…, sonaban sus
piernas al ablandarse. Después se ablandó todo su cuerpo, y allí
quedó Catilanguá Lantemué en las aguas del río.
Y, desde entonces,
de Puerto Rico hasta el fin del mundo, las aguas de los ríos parecen
cantar.
Y cuenta el abuelo
que, desde ese día los jueyes se esconden en los ríos o hacen sus
cuevas bien hondas en la tierra.